Bankpime, una banca de inversión especializada en la comercialización de productos complejos, no informó de manera adecuada al pequeño consumidor que los productos que contrataba para obtener rentabilidad eran de riesgo. Productos que se ofrecieron como rentables y seguros y que se demostró que no lo eran, llevándose por delante los ahorros de los inversores. Estamos hablando de bonos de Fergo Aisa, preferentes islandesas de Kaupthing Bank y Landsbanski Island, preferentes del Popular Capital, valores de Lehman Brothers, de Comerzbank o obligaciones de General Motors.
Tras la crisis, Bankpime fue adquirida por CaixaBank, quedándose pero sólo con los activos financieros, pero no con los pasivos (donde estaban las reclamaciones de los clientes que se formularon en su día): se desentendía de los clientes que habían invertido en sus productos de riesgo.
Una sentencia del Tribunal Supremo de noviembre de 2017 estableció esta práctica como fraude. Es hora de reclamar el dinero invertido en Bankpime y es CaixaBank quien debe responder.