El reciente anuncio por parte del cantante y actor canadiense Justin Bieber de padecer Borreliosis o enfermedad de Lyme ha vuelto a situar los focos de la atención mediática sobre una patología que padece un elevado índice de infradiagnóstico a pesar de su gran capacidad invalidante.
La Borreliosis o enfermedad de Lyme es una patología que puede llegar a causar una afectación extremadamente grave sobre el organismo y cronificarse en ausencia de tratamiento adecuado. El origen de la patología es la transmisión de la bacteria Borrelia a través de la picadura de algunas especies de garrapatas. En la mayoría de casos, la enfermedad puede ser tratada eficazmente mediante la administración de antibióticos si se diagnostica en la fase inicial o aguda de la infección. Sin embargo, de no ser así, la patología puede adquirir la condición de crónica, disminuyendo la posibilidad de sanación completa y limitando el abordaje clínico a la administración de tratamientos, también antibióticos, destinados a reducir la sintomatología y afectación.
Las consecuencias más frecuentes de la Borreliosis tienen que ver con daños que pueden llegar a ser muy severos de tipo neurológico y afectaciones sobre el sistema músculoesquelético y aparato motor, así como otras afectaciones que derivan del efecto depresor que la bactería ejerce sobre el sistema inmunitario, facilitando el desarrollo de nuevas patologías e infecciones que no se darían sin el concurso de la Borreliosis.
En términos generales se podría decir que, en la mayoría de casos, las consecuencias de la enfermedad de Lyme sobre el organismo se asemejan hasta el punto de inducir a error en el diagnóstico al de patologías autoinmunes como la fibromialgia, la fatiga crónica, la sensibilidad química múltiple o, incluso, la enfermedad de Crohn. De hecho, es del todo habitual que la enfermedad de Lyme resulte comórbida a estas patologías mencionadas o lo que es lo mismo, que se presenten todas ellas de forma simultanea y paralela.
El problema de la morbilidad asociada
Tanto la similitud en la afectación como la concurrencia entre este conjunto de patologías suponen un problema para los afectados a diferentes niveles. El primero y más grave es, sin duda, la dificultad para el diagnóstico y el acceso a tratamientos adecuados. La cuestión del diagnóstico es, como decíamos al inicio del artículo, absolutamente trascendente para evitar que esta enfermedad curable en la mayoría de casos cuando se trata de forma temprana derive en una patología incurable y crónica. Sin embargo, muchos afectados ven como la enfermedad alcanza este nivel de cronicidad sin haber llegado nunca a ser diagnosticados sencillamente porque sus afectaciones se han atribuido a otras patologías y han sido tratadas de forma inadecuada.
Al margen, incluso cuando la Borreliosis ha sido correctamente diagnosticada, el hecho de que aparezca coligada a otras patologías puede dificultar el tratamiento médico puesto que la dispensa de potentes antibióticos destinados a combatir la bacteria deriva en efectos no deseados sobre el resto de patologías y pueden llegar a agravarlas, especialmente en los casos de sensibilidad química múltiple.
Discapacidad y revisión del grado
La enfermedad de Lyme, por la entidad de las disfunciones que provoca, es una patología susceptible de reducir la capacidad laboral en un grado suficiente para obtener la condición de incapacidad permanente, ya sea en grado parcial, total para la profesión habitual o, incluso, absoluta para cualquier ocupación. Desgraciadamente, tal y como es habitual por parte del INSS, la mayoría de afectados se ven obligados a acudir a los tribunales para obtener reconocimiento para su discapacidad ante la imposibilidad de obtenerlo en vía administrativa. Una situación que tristemente es del todo común pero que, adicionalmente, se ve agravada cuando se trata de discapacidades generadas por enfermedades minoritarias o de diagnóstico incierto.
A esta situación, debemos añadir la problemática concreta de la revisión del grado de discapacidad en aquellos casos en los que un diagnóstico tardío de la enfermedad o su agravamiento como consecuencia del tránsito desde un estado inicial de la patología a su estado avanzado y crónico debiera comportar que el afectado pasar de tener reconocida una discapacidad total a una absoluta, impeditiva para cualquier tipo de actividad laboral.
Este es, precisamente, el caso evaluado en una sentencia del Juzgado Social 12 de Barcelona obtenida el pasado mes de julio de 2019 por nuestro compañero Miguel Arenas, abogado experto en derecho de la Seguridad Social, en la que se obligaba al INSS a reconocer la discapacidad en grado de absoluta a una trabajadora que desde 2007 tenía reconocida una discapacidad total para la profesión habitual. En aquel momento, el servicio de evaluaciones médicas había determinado que la trabajadora padecía una serie de afectaciones musculares incluidas tendinitis, atrofia y condropatía rotuliana que afectaban severamente a la movilidad y provocaban importantes dosis de dolor.
Transcurridos los años y ante el evidente agravamiento de su estado físico, la trabajadora instó una revisión de su grado de discapacidad que fue denegada por el INSS a pesar de que el informe del servicio de evaluaciones médicas ampliaba el cuadro patológico identificado en su momento para dar cabida a nuevas enfermedades padecidas como es el caso de la lumbalgia y, especialmente, la fatiga crónica, fibromialgia y sensibilidad química en asociación a la enfermedad de Lyme “en tratamiento y pendiente de evolución”. El nuevo cuadro clínico constataba que fruto de estas patologías desarrolladas y concretamente derivado de la Borreliosis, la enferma padecía pérdidas frecuentes de conocimiento de pocos minutos y rápidas pérdidas de visión, dando origen a un “cuadro muy complejo” que, inexplicablemente, el INSS no consideró suficiente para acreditar la necesidad de elevar el grado de incapacidad laboral hasta el nivel de absoluta, dada la imposibilidad de desarrollar en estas condiciones cualquier tipo de práctica laboral.
En sentido contrario, la sentencia establece que el estado físico de la demandante es “ciertamente agravado respecto del inicial recogido en 2007” apreciando que “impediría a la actora realizar una actividad laboral normal, por muy liviana y sedentaria que esta fuera” concluyendo que derivado del agravamiento de las patologías iniciales y de la afectación del tratamiento con antibióticos para la enfermedad de Lyme “en la actualidad no le resta capacidad laboral residual”.
Sentencias como esta y otras que de forma cada vez más frecuente dictan los tribunales del Estado español son necesarias para apreciar la capacidad invalidante en términos laborales de una patología poco conocida que condena a las personas que la padecen a sufrir no tan solo la afectación física y sensorial que conlleva sino también la falta de reconocimiento institucional y administrativo. Déficit que incluso alcanza a aquellos casos en los que ha habido un reconocimiento inicial pero que, sin embargo, no es objeto de revisión a medida que la enfermedad aumenta su gravedad o extiende sus efectos a nuevos tipos de afectaciones.